Hace un par de años no sabía nada de genealogía o historia familiar. Si me hubieran preguntado entonces sobre mi interés por esas disciplinas, habría marcado distancia. Sobre todo, porque siempre he sido más de vivir el presente y si acaso proyectar el futuro.
La opinión impopular del día podría ser: la pretensión de prever lo que viene, con mayor o menor éxito, es más común de lo que parece, intentarlo no nos hace genios. Muchos buscamos, de una manera u otra, un equilibrio entre disfrutar el hoy y a la vez, hacer algo para que el mañana sea mejor.

Si bien en el plano social demasiadas veces se nos niega esa posibilidad, en lo personal y familiar escudriñamos una y otra vez el progreso (económico, profesional, espiritual…). Lo hacemos incansablemente y a la edad que sea, porque hacer, concebir, comenzar, son respuestas naturales a un estado de inconformidad y los seres humanos solemos ser inconformes.
Pero emprender es apenas un paso hacia esas metas que visualizamos. Si no ponemos atención, probablemente se nos vaya la vida tropezando con la misma piedra. Entre otras razones, porque sigue siendo una rareza que tomemos en cuenta lo vivido a la hora de entender y afrontar las circunstancias que impone el presente.
La cantautora Liuba María Hevia, una de las voces más particulares de la música cubana contemporánea, ha dejado pistas sobre su relación con el pasado en más de una canción. Con especial cariño recordamos esta interpretación en un concierto promocional de su CD Puertas, realizado en La Habana.
A diferencia de la Historia, siempre tan sujeta a las interpretaciones (y al poder), la Genealogía enamora por su apego a los hechos. Nos regala un abanico de experiencias que redimensiona nuestra percepción de antepasados y coetáneos, e incluso, la que tenemos de nosotros mismos. Alimenta la identidad y ayuda a entender la experiencia vital como un viaje irrepetible, que no necesita compartir metas ni ser validado por nadie.
Explorar el pasado familiar, sin complejos ni culpas, ayuda a naturalizar las desilusiones, visibiliza las desigualdades y enseña que no todo lo que ocurre depende estrictamente de nosotros. Con ese equipaje a mano, es mucho más fácil calibrar las posibilidades de éxito, desarrollar habilidades para superar circunstancias traumáticas, o sencillamente, encontrar bienestar más allá de la adversidad.

El periodista y escritor estadounidense Tom Wolfe advertía que nunca somos conscientes de cuánto pasado llevamos cosido a la ropa. Ni cuál es el precio que pagamos por ignorarlo —agregaría yo. Sacar el polvo a nuestro árbol genealógico y utilizarlo como ruta de crecimiento personal no solo puede ser una experiencia transformadora. Constituye, además, un impulso para viajar hacia esa idea de futuro tan cercana a nosotros y casi siempre desconocida para los demás.
Deja un comentario